procedió a esperar en silencio.
Quiso calcinarlo con sus labios
traspasarle el poder de su oratoria
contarle los peces de su boca
y ver si realmente era un eterno morir,
como alguien alguna vez lo propuso.
Esperó mucho,
mirando esos ojos suyos,
respirándole la piel.
Lamió sus cadencias,
respiró sus vocablos.
Finalmente, y
haciendo uso de
la vivacidad de su carne,
consiguió las primeras consonancias
en ese ir y venir de sonoridades cálidas.